miércoles, noviembre 12, 2008

LA IMPLANTACIÓN DEL ESTADO Y EL DERECHO EN CUBA Y EN LOS ESTADOS UNIDOS: DIFERENCIAS Y SIMILITUDES

Por Faisel Iglesias

Dos formas clásicas de implantación del estado y el derecho ha conocido la humanidad, que a su vez dieron lugar a dos concepciones del mundo: la concepción oriental, que ha seguido un desarrollo colectivo, colectivizante, de hombres que de servidores de la sociedad han devenido en servidos por los pueblos, cuyos más claros ejemplos lo han sido, a través de la historia, los regímenes despóticos de Egipto, Mesopotamia, la India y China, en la antigüedad, y en la era moderna los gobiernos totalitarios de Europa del Este; y la concepción occidental, que tiene su raíz en el mundo judeocristiano, donde el soberano es el hombre, porque Dios nos hizo a su imagen y semejanza, que ha procurado el desarrollo de la propiedad privada, del individuo, y que con el cristianismo se hermanó espiritualmente.
Europa, espacio vital de occidente, había disfrutado de una unidad estructural; la que le ofreció el imperio romano, que no sólo fue un hecho militar, una fuerza política, sino un movimiento civilizador, creador de humanidad, de sociabilidad, de vida en común, del derecho romano, que llegó a tener por más de mil años la esencia de toda una cultura en un idioma común; el latín. Europa, al día siguiente de la caída del Imperio Romano, retomó el viejo sueño de la unidad. Y lo buscó por el único medio eficaz de la época: la guerra. Sueño que va a tener sucesivas tentativas desde Justiniano a Carlo Magno, hasta nuestro tiempo. Y fracasaron antes para hacer más feliz el presente, porque lo que hubiera salido de aquellos intentos por el sueño hubiese sido la pesadilla de una Europa maltrecha, excluyente, como consecuencia de la superioridad transitoria de algunos elementos y el sometimiento de otros. En fin, una Europa incapaz para el entendimiento, la asimilación y la cooperación.
Tras la caída del Imperio Romano de Oriente y el descubrimiento de un nuevo continente, se desarrollan nuevas nacionalidades: la inglesa, la francesa, la alemana, la española, entre otras, en movimiento unificadores, que traen consigo los gobiernos absolutistas. En la época Moderna, la Reforma Protestante acaba con la unidad religiosa, continua el desarrollo de las universidades fundadas en las Edad Media, surge la imprenta y se logra la renovación intelectual conocida como El Renacimiento, que desarrolla un nuevo humanismo, que propicia el estudio libre, basado en el razonamiento personal.
En el campo jurídico, las Cortes de León de 1188, promulgaron un verdadero texto constitucional, cuyo antecedente está en los antiguos concilios de la época visigótica, que moderaban la autoridad de los monarcas y cuidaban de que estos respetaran los diversos fueros y derechos de los súbditos: garantías a personas y propiedades, inviolabilidad del domicilio, proclaman el principio de que cada uno acuda al juez de su fuero y castigan al que deniega la justicia o dolosamente sentencie contra derecho. En 1215, la carta impuesta al rey Juan sin Tierra por los terratenientes ingleses, estableció que ningún hombre libre podía ser arrestado sin sentencia previa de uno de sus pares, que el Rey no podía exigir contribuciones sin el consentimiento del Consejo del Reino (compuestos por los amotinados), ni atentar contra la libertad de comercio, ni intervenir en el nombramiento de funcionarios eclesiásticos. Al nuevo Rey le imponen los Estatutos de Oxford, que requieren la convocatoria periódica del Consejo del Reino, facultados para el nombramiento de importantes funcionarios, incluyendo al Juez Supremo
En 1265 se reúne por primera vez un Parlamento, al que concurre un representante de cada condado y ciudad, elegidos por propietarios. Se forman dos cámaras: la de los lores (conservadores) y la de los comunes (liberales), donde deberán ser discutidas y aprobadas las leyes. En 1688 el Parlamento proclama Reyes a María II y a Guillermo III, imponiendoles una Declaración de Derechos, que deben jurar previamente, que inaugura un nuevo principio jurídico: "el de la soberanía nacional.
En los siglos XVII y XVIII surge y se desarrolla el movimiento de la Ilustración: John Locke, justificando la Revolución Inglesa de 1688, contradice el derecho divino de los reyes, desarrolla la doctrina de los derechos del hombre, la soberanía del pueblo, que el gobierno tiene que surgir del consentimiento de los gobernados y su función es garantizarle sus derechos naturales a la vida, a la libertad y la propiedad.
Los franceses por su parte criticaron las instituciones tradicionales, como la Iglesia, la religión, el absolutismo real y la nobleza. Montesquiu - a quien Madison llamaba "el oráculo que siempre se consulta" - defiende los derechos soberanos del pueblo a través de poderes independientes, para garantizar el poder civil frente al despotismo. Voltarire defiende la plena libertad de expresión Rosseau, expuso que el origen de la sobernia y de las leyes está en la voluntad del pueblo, que los gobernantes estan para cumplir el mandato del pueblo, a quienes deben aseguran la defensa de sus derechos.
En Estados Unidos Jefferson, apoyado en Locke, sostiene que el ciudadanos tiene derechos naturales a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que el pueblo es la fuente del poder público, cuyo fin es garantizarle aquellos derechos. Por su parte los economistas Adam Smith y Francois Quesnay defienden la libertad de trabajo y comercio.
LA IMPLANTACION DEL ESTADO Y EL DERECHO EN ESTADOS UNIDOS
El origen de los Estados Unidos está en las Trece Colonias del Este del continente Norteamericano, en aquellos peregrinos que llegaron en busca de libertad religiosa y que traían el peso historico y positivo del desarrollo constitucional Ingles. En consecuencia , para la primera mitad del siglo XVII, las Trece Colonias conocen la tolerancia religiosa y la libertad individual y la división de poderes. Y tienen una gran autonomía en la resolución de asuntos
En la Guerra de los Siete Años entre Inglaterra y Francia (1756-1763) las Trece Colonias aportaron gran número de soldados, víveres, buques y cuanto era necesario para defender los intereses de la metrópolis. Inglaterra arruinada aumentó los impuestos. Las colonias lo rechazaron por haber sido aprobado sin representación del Parlamento, y firman La Declaración de Derechos de New York. Lograron la derogación, pero en breve tiempo el Parlamento Ingles aprueba nuevos tributos y nuevas medidas de sometimiento.
A sugerencia de Samuel Adams se convoca para el Primer Congreso Continental, a reunirse el 1 de septiembre 1774. El Congreso publica una Declaración de Derechos. El Rey la rechaza. El 19 de abril de 1775 se produce un encuentro armados entre colonos y tropas inglesas en Lexigton. El 10 de mayo de 1775 se reúne el Segundo Congreso Continental donde se crea el ejército de los revolucionarios, comandado por George Washington. Thomas Paine publica su folleto El Sentido Común promoviendo la separación de Inglaterra. El 4 de julio de 1776 se aprueba el texto de la Declaración de Independencia, redactado por Thomas Jefferson, con enmiendas de Franklin y Adams, siguiendo los lineamientos de John Locke:
"Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres nacen iguales; que a todos les confiere el Creador ciertos derechos inalienables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, que para garantizar esos derechos, los hombres instituyen gobiernos que derivan sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; que siempre que una forma de gobierno tienda a destruir esos fines, el pueblo tiene derecho a reformarla o abolirla, a instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos principios y a organizar dichos poderes en aquella forma que a su juicio garantice mejor su seguridad y su felicidad"
El 6 de octubre de 1778, Francia reconoce la independencia de los nuevos Estados y celebra un tratado de alianza y comercio.
EL DESCUBRIMIENTO DE CUBA
El desarrollo científico del siglo XV, le permitió al Viejo Continente, "buscar nuevas rutas para el comercio" por lo que en 1492, el más iluminado de los almirantes vió la tierra más fermosa que ojos humanos han visto, con la ignorancia de creer que Haití era Cipango y que Cuba era la China, y que los habitantes de Japón y China - entiéndase Haití y Cuba - eran los habitantes del país de las vacas sagradas, y todos, aún hoy, lo nombramos el Descubridor, como si los primeros pobladores, que habían llegado saltando de isla en isla a través del Mar Caribe, no conocieran la tierra que pisaban sus plantas desde la Punta al Cabo. Colón, el precursor de la cristianización de América - a costa del sacrificio de los nativos y sus valores - había expresado su intención de coronarse virrey de las nuevas tierras. Y, en su diario escribió la palabra oro 139 veces y la palabra Dios o la frase Nuestro Señor sólo 51, y el 27 de noviembre de 1492 consignaba: "tendrá la cristiandad negocio en ella".
Para muchos el Descubrimiento, el Encuentro entre dos Mundos o el Nacimiento de América - hay cosas para las que no hay nombres -, fue un hecho simplemente reaccionario, y para algunos, hasta casual, como si los fenómenos sociales, complejos y simultáneos, no fueran el producto de infinitas causas. Cada época histórica tiene su propio discurso. Hoy no es fácil asimilar que Cristóbal Colón no sea el Descubridor de América, pues entonces Humbolt no sería el Segundo, como lo proclamamos nosotros mismos, sino el Tercero, y el sabio Don Fernando Ortiz no sería el Tercer Descubridor de Cuba, sino el Cuarto. ¡Que sería de nuestra historia sin el mito de las Tres Carabelas!
LA IMPLANTACIÓN DE LA CIVILIZACIÓN, EL ESTADO Y EL DERECHO
Abierto el camino por Cristóbal Colón, se apareció, tras su ruta, en 1512, por el oriente del largo lagarto verde, Diego Velázquez, capitaneando a trescientos hombres, los que, por sus procederes, santos y señas más bien reflejaban venir de las entrañas dantescas de las cárceles de la época (sin menospreciar a algunas de las de nuestro tiempo) que de un puerto de la Española - nombre que le daban entonces los conquistadores a la original Quisqueya, hoy la hermana República Dominicana-.
A fuerza de fuego, espada, enfermedades y muerte implantaron -diz que en el nombre de Dios-, una sociedad, estado y un derecho extraños, culminantes de una realidad foránea especialísima, que la -¡siempre!- isla de Cuba no vivía. Fue una sociedad apenas sin elementos, un estado y un derecho precarios, donde se confundían las potestades políticas, militares y en algunos casos las judiciales, en los mismos funcionarios y que, trescientos años después, en los albores del siglo XIX, se mantenía con insignificantes variaciones. No fue hasta el año 1812, en que al darle las Cortes de Cádiz una constitución a la península que se extendió a la isla, Cuba no contó con una carta magna, en el sentido moderno de la palabra, creadora de supremas instituciones, teniendo nuevamente - ¡Oh, destino! - la Perla de las Antillas, que acomodarse, incluso estructuralmente, a las imposiciones foráneas.
EL DRAMA NACIONAL: CÉSPEDES Y/O AGRAMONTE; MARTÍ
Carlos Manuel de Céspedes, cuando la realidad era insoportable y la dignidad humana y nacional eran pisadas por el arcaico, explotador y cruel sistema colonial, mientras muchos vacilaban, como con fuerzas tremendas, venidas de las entrañas imperfectas de la tierra, se lanzó a todo galope a conquistar la independencia a filo de machete, convencido de que ¡con sólo 12 hombres bastan para lograr la libertad de Cuba! proclamándose Capitán General del Ejército Libertador de Cuba, mando centralizado, para asegurar el triunfo de la revolución independentista, como paso previo a la república democrática.
Ignacio Agramonte, meses después, en el potrero de Guáimaro, en la Constituyente de la primera República en Armas - ¡el Belén institucional de la Nación Cubana! -, liderando a un grupo de intelectuales liberales, se opone resueltamente a Céspedes, pretendiendo una organización institucional que garantizara no sólo la independencia de Cuba, sino la liberación de los cubanos, el sometimiento del mando militar al poder civil -¡aún en plena guerra!- y proclama el imperio de la ley, y que el soberano fuese el ciudadano.
Triunfó Agramonte, pero se perdió la guerra. Desde entonces la nación cubana, se pregunta: ¿Céspedes o Agramonte? Tanto una táctica como la otra es eficaz; todo depende de las circunstancias: Céspedes para la guerra, para la paz, Agramonte. Sin embargo los cubanos siempre hemos sufrido el desatino. En la Guerra Grande sometimos el mando de las batallas a las lentas resoluciones del parlamento de manigua y en los tiempos de paz, a que nos gobierne la manus militari.
Poco tiempo después del pacto del Zanjón, que más que paz trajo encono, según José Martí, durante el período de la Tregua Fecunda, cuando los cubanos debimos hacer una valoración crítica de la guerra en el propio escenario de los sacrificios supremos, el "pacificador", el recién nombrado Capitán General Arsenio Martínez Campos, descubrió una transitoria válvula de escape a la crisis; el puente de plata para los adversarios; el exilio. Aquel ejército de "a pie y descalzos" pero con el machete en la mano a la orden de "¡a degüello!" a todo lo largo de los más históricos diez años patrios, rápido se vio errantes en los dos aleros del Mar Caribe, con el peso de la derrota en los hombros, el dolor del desarraigo en el corazón y las sangrantes heridas de la división.
José Martí, futuro líder de la independencia y de la espiritualidad de la nación, que en tiempos de la Guerra Grande, apenas un niño, mientras más de doscientos cincuenta mil cubanos entregaron la vida a la causa por la independencia, no había podido hacer más que tirarle un cáscara de naranja a un soldado español, por lo que había ido a la cárcel y escrito allí bellos versos y estremecedores relatos, andaba por el mundo cargado de nostalgia, soñando la patria - "Vivir por Cuba en cuerpo y alma no es lo mismo que sobrevivir en Cuba en carne viva." - con la fuerza de un creador divino, se lanzó, cargado de ideales a entrelazar las ramas de los pinos nuevos con los viejos robles a fin de hacer la que él mismo llamara la guerra necesaria.
[...] O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, - o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños.

Solo el amor

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